Entramos a una zona del desierto que si nos descompone el coche, no saldremos al menos que por allí pase alguna alma piadosa y nos diera ayuda. Vimos muchos animales silvestres que habitan allí y que es como un refugio de entre tanto pueblo que los humanos hemos creado para mala suerte de los animales. Vimos manadas de ciervos, que ya se estan recuperando del crudo invierno y se les ve en mejor estado de salud. Tienen ya más comida y eso les da energía necesaria para poder sobrevivir. Ya muchos de los ciervos chicos andan por allí con su madre siempre atenta a que nada ni nadie se les acerque y les quiera hacer algún daño. También vimos borregos cimarrones, de esos que tienen los cuernos retorcidos en círculo y son pardos. Se mezclan tan bien con el medio ambiente, que a pesar de que son de buen tamaño, casi se pierden a la vista entre las piedras y arbustos. Además vimos en una sola manada, aproximadamente a veinticinco venados cola blanca. Rara vez había yo visto tanto venado junto. Igual que los ciervos, ya se ven mas alertados y con fuerza. Ya no se quedan simplemente mirandonos pasar y si, se alejan alertados.
Andar entre veredas hechas por los animales silvestres y que pocas veces son visitadas por el hombre es fascinante aunque se puede uno topar con una víbora de cascabel que son peligrosas y pueden mandar a uno al hospital o hasta al otro mundo. En ésta ocación no vimos ninguna porque aún hace frío pero si las hemos visto. En una sola salida a caminar al desierto, hemos visto hasta cinco en un promedio de un par de horas. Lo bueno, si es que se puede decir bueno. Es que tienen cascabel y lo harán sonar en cuanto sienten o perciben que algo está en su cercanía. Eso, le da a uno la ventaja. Se dejan en paz y no pasó nada. Al llegar a lo que hace muchos años fue un "homestead" o vivienda primitiva. Solo quedan las ruinas de lo que fue. Una cabaña, nogales, unos cincuenta árboles frutales que estaban en flor, unos olmos enormes y hasta un pequeño cementerio con una sola tumba de un niño que murió en 1914. En esos gigantescos y hermosos árboles es donde duermen los guajolotes. Al acercarnos, vimos como a una distancia de unos cien metros, a un puma. Si, finalmente y después de tanto ir al bosque hemos visto a un puma en persona. Emocionante se siente el ver a un animal de tal calaña merodeando solitario. Pero así como lo vimos, desapareció quedamente entre la maleza. Fue como una sombra o espejismo que vimos por tan solo unos cuantos segundos.
Luego de llegar y observar el lugar, que se encuentra en una cañada junto a un arroyo de agua cristalina que baja de las montañas, pudimos escuchar el cloquear de los guajolotes, nos agazapamos para no ser vistos y luego, como por arte de magia, volaron hasta la cumbre de los olmos. Eran doce guajolotes que se ven desde abajo pequeños pero, de pequeños no tienen nada, son enormes. Nos quedamos quietos hasta que llegó la noche para no perturbarlos y luego, nos fuimos a nuestro sitio de campaña.
Después de una travesía muy larga hasta el otro cañón y encontrandome con cactáceas y mucha madera petrificada, regresé al campamento como al medio día. Con la novedad de que Jerry si tuvo éxito. Así terminó mi aventura de caza de guajolote. Aunque me da igual si hubiera obtenido uno, ya tuve el gusto o disgusto de haber obtenido tres pavos difíciles de obtener.
Alfredo,
ResponderEliminarA mi los guajalotes silvestres aparecen como las mujeres. Ellas pueden ver mi guiño de diez metros de distancia y se corren y eso, hecha a perder la caza.
Jajajajajaja...Bob, de veras que tiene Ud. sentido del humor. ¡Qué gracia!
ResponderEliminarSaludos.